«Verla dormir era demasiado sublime, y ella no era del todo sublime, ella era también esa parte del infierno que me seducía a veces…» Los días y los muertos, Giovanni Rodríguez, (pp. 252), 2a edición, editorial Mimalapalabra, 2016.
Por Javier Suazo.
Una característica fundamental de la literatura verdadera, no de la simple escritura o narración de eventos, es lo que queda entre líneas. Ese juego diabólico del autor con el lector, en donde el primero propone un modelo para armar, una interacción vivencial que rompa la pasividad en la lectura.
Sin lugar a dudas, la novela Los días y los muertos de Giovanni Rodríguez (Santa Bárbara, 1980), Premio Centroamericano y del Caribe de Novela «Roberto Castillo» 2015, es un digno ejemplo de esa literatura auténtica, la que cava en lo profundo de la mente, destroza la pasividad del lector y lo impulsa en un tobogán de misterios, secretos ocultos, casos sin resolver, que alimentan el análisis, la especulación, la actividad intelectual.
La trama de la novela se ambienta en la ciudad de San Pedro Sula, en el punto más elevado de la crisis de violencia criminal que ha sufrido esa urbe, en el primer decenio del Siglo XXI. López, un periodista desgastado en el oficio de redactor de notas policiales, trabaja en el reportaje de un crimen pasional. Un tiempo después, el asesino, Guillermo Rodríguez, es indultado por un tecnicismo referente a un mal procedimiento policial en su captura. Éste decide escribir una novela relacionada con su experiencia, lo que atrae de nuevo la atención de López, quien, al adquirir un ejemplar, se ve atrapado por su narrativa. Una creciente obsesión por el caso se va apoderando del periodista y alcanza una mayor dimensión cuando el autor-asesino es encontrado muerto en su domicilio, en lo que, al principio, aparenta ser un suicidio, pero después, las pistas que van apareciendo hacen sospechar a López de un asesinato. Justo luego, López se involucra en el caso de una prostituta que aparece muerta por una aparente sobredosis de droga. El experimentado periodista se percata de varios indicios que muestran que la escena del crimen ha sido alterada, y al escribir una nota sobre este caso y sobre la negligencia policial en resolverlo, recibe amenazas a muerte que son seguidas de una serie de atentados y muertes. La trama va descubriendo, poco a poco, los lazos que unen toda la violencia que envuelve a la historia, pero requiere de la activa participación del lector para seguir las pistas a fin de elaborar las hipótesis que puedan resolver el misterio.
Los días y los muertos mezcla con maestría los elementos de la novela negra y el hardboiled que comentaba en la reseña anterior, sobre la novela Instantánea de Isaac Suazo Erazo. Esto avizora una corriente literaria en Honduras dentro de este subgénero de intriga policial del que esperamos contar con más títulos en el futuro próximo. Pero lo más destacado de esta lectura es el uso original de elementos creativos como la metaliteratura, que vemos a través del análisis que hace López de la novela escrita por el asesino Rodríguez, los artículos de prensa que forman parte de su estructura, también los secretos, las cosas que no se cuentan, pero se intuyen a lo largo de la trama, los misterios ocultos que hacen de esta historia un modelo para armar, un instrumento lúdico que invita a la participación del lector dentro de este entretenido juego de intrigas y sombras.
Se destaca también el hecho de que esta obra nos conduce a la reflexión y el análisis de la violencia que tiñe de malva nuestros días. Escribo estas líneas a inicios de agosto de 2020, un tiempo en que estamos obligados a permanecer encerrados a causa de la pandemia, atrapados en un indefinido toque de queda y con restricciones a la libre circulación, y aún así, los índices de criminalidad continúan altos en nuestro país. Esto no debería sorprender si, al estudiar nuestra historia, vemos cómo los siglos XIX, XX y XXI se han caracterizado por los conflictos encarnizados entre nuestros mismos compatriotas, todos a partir de la misma fórmula: codicia de poder, politiquería, corrupción, empresariado criminal y crimen organizado.
Los días y los muertos nos lleva, pues, a la formulación de la pregunta: ¿Qué rol desempeño yo en esta violencia? López también tiene sus manos manchadas, así como Rodríguez, los victimarios y las víctimas, todos ocultan, u ocultamos, alguna culpa. Como la magnífica literatura que es, esta obra se queda en nuestra mente mucho tiempo después de leerla.
Cabe mencionar una observación hecha en mi artículo pasado, sobre el creciente interés entre varios escritores hondureños por desarrollar temáticas enmarcadas en el subgénero de novela negra, como es el caso de la obra Instantánea de Isaac Suazo Erazo que, junto a Alguien dibuja una sombra de Raúl López Lemus, Sombras de nadie de Xavier Panchamé, esta otra, Los días y los muertos, se suman a esta corriente, lo cual es muy prometedor para las letras hondureñas.
Sin duda hay mucho que descubrir en la literatura de Honduras, mucho más allá de las grandes obras que representaron el Siglo XX, y es una tarea de mucho afán e impostergable prioridad leerla, estudiarla y difundirla. A la par, es también de suma importancia aumentar el rigor editorial, no basta con que la obra sea hondureña para que la respaldemos y le demos impulso, es indispensable que cada autor asuma la responsabilidad de leer más literatura de alto nivel, de pulir con obsesiva labor el texto tanto en su ortografía, sintaxis y gramática. Ponernos como estándar literario las más elevadas obras en el ámbito global, y no conformarnos con el espejismo de la fama provincial en este villorrio en donde el tuerto es rey. Asimismo, es necesario huir de la trampa de arena que representan los mercados cautivos de lectores que por «obligación académica» se ven forzados a leer algunos textos. Debemos tomarnos este oficio muy en serio.
Concluimos con la valoración de esta obra, Los días y los muertos, a la cual, este lector, califica de entretenida, misteriosa y RECOMENDABLE.